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Naturaleza viva y cultura ancestral: La Araucanía que resiste, encanta y florece

Por Revista Araucanía

Entre volcanes activos, bosques milenarios y comunidades que mantienen viva su herencia, La Araucanía sigue siendo uno de los territorios más potentes, diversos y auténticos de Chile. No solo por su extraordinaria geografía, sino también por su capacidad de preservar y proyectar su identidad, en medio de los desafíos sociales y medioambientales del presente.

Ubicada al sur del país, esta región es mucho más que un destino turístico. La Araucanía es territorio luchador, y eso se respira en sus nombres, tradiciones, gastronomía y cosmovisión. Las comunas rurales, como Curarrehue, Melipeuco, Lonquimay o Saavedra, se han ido posicionando como epicentros de un turismo consciente, respetuoso y profundamente conectado con la tierra.

En lugares como el Parque Nacional Conguillío, los visitantes caminan entre araucarias milenarias que han sido testigos del paso del tiempo y la historia; en el lago Budi, se vive el encuentro entre la cultura lafkenche y un ecosistema único de humedales costeros; y en el corazón del Alto Biobío, la cultura pewenche florece en armonía con el bosque nativo y la cordillera.

Pese a las dificultades estructurales —como el acceso desigual a servicios, la falta de conectividad o los conflictos territoriales no resueltos—, las comunidades locales siguen levantando iniciativas propias: turismo mapuche, artesanía tradicional, producción agroecológica y educación intercultural. Estos proyectos no solo generan ingresos, sino que también reafirman una forma de habitar el mundo que prioriza la relación con la naturaleza, el respeto por el otro y la sabiduría ancestral.

La Araucanía no solo se visita, se siente. Es una tierra que habla, que guarda memoria y que hoy, más que nunca, apuesta por un desarrollo con raíces.

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