Tiene ojos grandes y negros como la noche, un cuerpo diminuto que cabe en la palma de la mano y una vida que transcurre, casi en secreto, mientras el mundo duerme. El monito del monte —una de las criaturas más singulares del sur de Chile y Argentina— pasa desapercibido para la mayoría, pero su rol en el ecosistema es tan vital como silencioso.
Aunque es pequeño, este marsupial nocturno es conocido como un “fósil viviente”, ya que es el último sobreviviente de una antigua familia de mamíferos que habita el planeta desde hace millones de años. Sale solo cuando el sol ya no queda, ágil y escurridizo, en busca de semillas e insectos. Se mueve con una destreza admirable, esquivando depredadores como aves rapaces o zorros chilla, confiando en su visión nocturna y su sigilo para sobrevivir.
Durante el día, descansa lejos del bullicio, refugiado en huecos de árboles o entre las copas del bosque, protegiendo sus sentidos agudos de la sobreestimulación. Su forma de habitar el mundo nos habla de sensibilidad, adaptación y resiliencia.
Hay quienes, desde tiempos antiguos, han tejido leyendas oscuras a su alrededor. Se decía que nació del huevo de una gallina empollado por una serpiente, y que cruzarse con él trae mala suerte. Pero como suele ocurrir con lo desconocido o lo distinto, estos mitos probablemente nacieron del misterio que envuelve a este ser nocturno y escaso, tan fácil de ignorar como de temer.
Lo que no cuentan esas leyendas, sin embargo, es lo más importante: el monito del monte es clave en la conservación de los bosques nativos. Actúa como dispersor de semillas, ayuda a controlar plagas y sostiene la biodiversidad de su entorno. Sin él, los ecosistemas del sur se debilitan.
Lamentablemente, se encuentra en peligro de extinción. Su población ha disminuido un 20% en las últimas décadas, debido principalmente a la deforestación y la invasión de fauna doméstica que altera su hábitat.
Por eso, iniciativas como la liberación de ejemplares en el Parque Nacional Huerquehue, lideradas por CONAF, son una esperanza. Una forma de devolverle al bosque a uno de sus más antiguos aliados y asegurar que siga cumpliendo su rol silencioso pero esencial.
Así que si visitas el parque por el camino asfaltado que bordea el Lago Caburgua, y tienes “mala suerte”, tal vez te cruces con este pequeño habitante nocturno. Y entonces descubrirás que no hay criatura más valiosa que la que cuida el bosque cuando nadie la ve.